Texto escrito por nuestra Coordinadora de Incidencia en Brasil Ana Carolina Lourenco.

Escalofríos recorrieron mi cuerpo cuando recibí la noticia del asesinato brutal de mi renombrada aliada de lucha, la concejal de la ciudad de Río de Janeiro Marielle Franco, hace un año. Marielle Franco, una política en ascenso en una de las ciudades más importantes de América Latina. La ejecución a tiros de una parlamentaria electa con proyectores y perfil nacional sonó como presagio de lo que podría suceder a cualquiera de los defensores de los derechos humanos menos conocidos y fuera de los espacios institucionales del país.

Horas después del asesinato, aún en la madrugada, vi mi celular lleno de mensajes que llegaban de todas partes del mundo. Automáticamente me uní a la insistencia de los otrxs activistas y periodistas brasileñxs que no durmieron aquella noche, produciendo y gestionando una de las mayores protestas después de un asesinato en la historia de Brasil. Si desde el primer minuto creí en la resiliencia de la sociedad civil para afrontar este asesinato, pero no puedo negar que se limitaban mis esperanzas de que existiera una investigación ejemplar para garantizar que los crímenes contra defensores de derechos humanos no se repitieran.

Trágicamente yo tenía razón.

Un año después de que dos hombres armados dispararan decenas de tiros que golpearon letalmente a Marielle Franco y su conductor, Anderson Gomes en el bullicioso centro de la ciudad, el asesinato aún moviliza las calles y los medios de comunicación en todo el mundo. Sin embargo, una investigación poco concluyente sobre los motivos y los mandantes del crimen no logró crear un viraje para estimular la creación de medidas que logren cambiar la amarga primera posición brasileña en muertes absolutas de activistas de derechos humanos. En un país como Brasil donde existen metrópolis conurbadas, hay brutalidad policial y las ejecuciones extrajudiciales están devastando los tejidos urbanos y rurales, no causa más espanto que la mayor parte de los homicidios permanezca sin conclusión.

Los números son alarmantes, según una encuesta de Global Witness de 2018, Brasil es el país que contabilizó el mayor número de asesinatos de defensores de derechos humanos y socioambientales en 2017. Según la investigación, 207 activistas murieron en 22 países. Sólo en Brasil ocurrieron 57 de estos asesinatos. Números alimentados por una máquina tóxica de amenazas, difamaciones y sistemas de justicia incapaces de hacer cumplir la justicia.

Acerté también en apostar por la capacidad de la sociedad civil para producir una respuesta política al asesinato de Marielle. En las semanas que siguieron su muerte actos públicos llevaron a miles de personas a las calles de cientos de ciudades en Brasil y en el mundo. Marielle Franco, desde su elección en 2016, tenía el poder de conectar pautas y grupos. La mujer, negra, lesbiana, oriunda de la favela de la Maré, activista de derechos humanos hace casi 20 años y comprometida con el debate del papel del Estado en corregir las desigualdades brasileñas fue el rostro principal de las denuncias y las fallas de nuestro proyecto democrático en las controvertidas elecciones del 2018.

Si el objetivo del asesinato, claramente un crimen político, era silenciar la voz de una mujer negra en ascenso, como respuesta: decenas de mujeres negras por todo Brasil se postulan para cargos en el legislativo estatal y federal, para el trabajo no es una opción. En muchos casos, son la última línea de defensa - nadie más va a defender sus comunidades y derechos.

Los valores que sostienen la democracia en un país,así como las personas que valientemente los protegen, están entre sus activos más importantes. Y esto no tiene que ver sólo con consideraciones legales de nuestro Estado democrático de derecho. Tal como hizo Marielle, la democracia es la primera instancia para perseguir la promesa de vidas mejores, más justas y menos desiguales.

Invertir tiempo y recursos en una imprescindible reforma a los sistemas de justicia en Brasil que aseguren investigaciones eficaces para este tipo de crímenes, daría inicio al recorrido de un largo camino de para hacer justicia de muertes como la de Marielle. Las causas y las soluciones para esta profunda crisis no son simples, pero todas ellas pasan por la política. Fue la política que mató a Marielle y es por la política que ahora gritamos por la justicia.