La década intensa y el despertar abrupto

La organización Latinoamericana que dirijo, Ciudadanía Inteligente, nació hace una década. La Web aún tenía 20 años y la conectividad en Latinoamérica apenas alcanzaba a 34.4% de personas. Nuestros fundadores fueron visionarios y comprendieron que para poder aprovechar al máximo el poder de la tecnología para fortalecer la democracia, ésta debía ser desarrollada por y para la gente, con transparencia en el código y con la posibilidad de adaptarse y replicarse más allá de las fronteras. Logramos grandes cosas, como ofrecer medios fáciles para todos y todas para solicitar información pública, abrimos espacios de encuentro entre votantes y candidatos, que se comprometían a lo que la gente pedía en línea, lanzamos mecanismos de rendición de cuentas anuales e interactivos sobre el cumplimiento de las promesas de gobierno. Eran también los tiempos de estrategias de aprovechamiento máximo de la tecnología para interés público, con un gran auge del software libre, los recursos educativos abiertos y los programas de educación para desarrollar habilidades digitales y entregar hardware adecuado a niños y niñas, como el celebrado Plan Ceibal.

En esos días, las redes sociales eran apenas herramientas de élite, a disposición de un pequeño sector conectado y cosmopolita. Los teléfonos inteligentes no estaban al alcance del bolsillo de la gran mayoría y aún se accedía a la Web por computadoras y navegadores, no por Apps. Y luego la conectividad aumentó exponencialmente, casi doblándose en la mitad de la década que ya casi termina. Con el aumento vertiginoso de la conectividad, también cambió radicalmente la forma en que la gente se conectaba a Internet, y también a qué Internet se conectaban. Coincidiendo con la desaparición de varios programas de educación digital, se abandonaron los computadores personales y el acceso se intensificó a través de teléfonos móviles, muchas veces con ciertas redes sociales preinstaladas y de acceso ilimitado. Esas redes, y no la World Wide Web, pasaron a ser el portal primario de acceso de los latinoamericanos a Internet.

Aumentó el número de horas a la semana que las personas permanecían conectadas y el sector comercial generó mecanismos avanzados para la captura de atención. Los gobiernos y el sector social nos tardamos en desarrollar mecanismos y marcos regulatorios para evitar que tanto poder se acumule en tan pocas manos. Un poder que se había distribuído se volvió a concentrar, aunque ahora a una escala global. Esta vez afectando a más de la mitad de la población, desestabilizando procesos democráticos, generando hostilidades y violencia verbal entre grupos, exacerbando desigualdades y erosionando derechos, especialmente los de los grupos más vulnerables. Se dio un despertar abrupto de la tecnoutopía hacia la realidad de un continente con reglas laxas y muy difícil de hacer valer ante gigantes tecnológicos apalancados en el poder hegemónico de Washington y Beijing.

El 2019 no solamente marca el 30 aniversario de la Web. Marca también un gran desencanto de los latinoamericanos respecto de la tecnología. Una frustración que nace al observar el impacto que ésta está teniendo en sus democracias, en sus vidas y las de sus hijos; en las dinámicas sociales, laborales y culturales. Dinámicas que no están avanzando derechos sino exacerbando abusos y desigualdades. Que, a pesar de llamados, no están siendo reguladas o elevadas a la agenda prioritaria de los gobiernos. Se entremezcla la pérdida de confianza en los aparatos y sistemas a los que están conectados con la impotencia de transformarlos, ante la debilidad de las instituciones que deberían protegerlos.

La ciudadanía latinoamericana también perdió la confianza en el Estado como defensor de sus derechos a una Web libre y abierta. En casi todos los países, se develaron sofisticados sistemas de vigilancia electrónica y control, se instalaron además nuevos sistemas para monitorear y manipular la opinión pública en línea, muchas veces financiados por el propio Gobierno , convirtiendo a las redes en armas de desestabilización política y de control de las voces disidentes. La pasividad ante la violencia en línea, especialmente atacando a las mujeres y los más vulnerables, la ausencia de planes estatales para asegurar un acceso asequible a Internet para los grupos de menores ingresos y la carencia de una regulaciones efectivas para la protección de privacidad, datos personales y neutralidad en la red son hoy señales de la abdicación del Estado de su rol. Un rol que debe activarse urgentemente.

La necesidad de un nuevo pacto, un contrato por la Web

La ciudadanía debe recuperar su rol en la construcción de la Web y ponerla al servicio de democracias más justas, inclusivas y sostenibles en América Latina. El inventor de la Web, Sir Tim Berners - Lee tiene un plan para ésto: un Contrato. Un nuevo pacto entre la ciudadanía, las empresas y los gobiernos para asumir compromisos que permitan reperfilar el desarrollo y uso de estas tecnologías hacia un futuro de derechos y justicia.

Para casi la mitad de Latinoamérica, aquellos que aún no se conectan, por fin acceder a la Web podría ser una experiencia transformadora. Cuando la conectividad les ofrezca acceso constante a información sobre lo que ocurre en la región y el mundo, podría ésta convertirse en un catalizador de cambios sociales y políticos. Una herramienta para mejorar sus propias vidas y las de los demás. Sin embargo, la Web a la que ellos se conectarán, bajo las reglas de hoy, no es una de derechos, sino una red de control, de consumo. Y muchas veces, una red de exclusión.

Recuperar el poder democratizador de la Web sólo es posible mediante un acuerdo multisectorial que dibuje límites y que avance derechos precisamente para los más vulnerables. Tenemos hasta el ocho de septiembre para aportar nuestro punto de vista, respondiendo una breve encuesta, que contribuya al primer borrador de ese Contrato para la Web. De nuestra participación depende que las necesidades de nuestra región, las salvaguardias para aquellos que aún no están conectados, y para nuestras frágiles democracias se plasmen en éste.