Las elecciones presidenciales en el Perú aún viven momentos de incertidumbre y tensión, por eso invitamos a Amire Ortiz, Directora General y Fundadora de Mujeres de Derecho de Acción Por Igualdad, a escribir en nuestro blog. Te invitamos a leer su reflexión del proceso.

Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado lo estamos removiendo

José María Arguedas, escritor peruano indigenista


El proceso electoral en el Perú ha reavivado heridas históricas que nos acompañan desde siempre y que por años hemos maquillado para una aparente convivencia en armonía. Desde la primera vuelta hubo muchas tensiones y situaciones de debate social que entendemos es normal en una situación como ésta; sin embargo, lo que hemos vivido en la segunda vuelta electoral ha ahondado quiebres y fracturas sociales sobre los no se puede pasar la página sin mayor cuestionamiento y crítica. El dolor está presente.

La división era clara, teníamos por un lado al candidato de izquierda José Pedro Castillo Terrones, profesor de educación primaria de escuela rural, campesino, rondero y líder sindical y por otro lado a Keiko Sofía Fujimori Higuchi, hija del dictador Alberto Fujimori, ex primera dama, candidata presidencial en dos contiendas anteriores, sin experiencia laboral conocida, con estudios en el extranjero financiados irregularmente presuntamente por el Estado peruano, acusada por el Ministerio Público de liderar una organización criminal y lavar activos por lo que es procesada judicialmente y enfrenta 30 años de prisión.

Los análisis que se pueden hacer sobre nuestra experiencia nacional son múltiples, pero por ahora solo me concentraré en aspectos a resaltar sobre el proceso de campaña y la crisis social con alto índice de polarización discriminatoria actual que va más allá del proceso electoral, lo cual es narrado y visto desde la perspectiva mía como mujer feminista, activista, provinciana migrante, nacida en el Valle del Mantaro, zona andina central del Perú.

Desde un primer momento la estrategia de campaña del fujimorismo fue la de apelar al miedo por el comunismo presentado como un elemento altamente peligroso, optaron por sembrar el miedo respecto a las propuestas de cambio del modelo económico, vinculando para ello la crisis en Venezuela y a su vez asociarlo inexorablemente a la historia trágica de nuestra realidad pasada con los grupos subversivos de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. Se utilizó discursos intimidatorios como principal recurso, que apuntaban a promover que el fujimorismo era la única opción de rescate del país ante el peligro que representaría un posible triunfo de Castillo que nos llevaría al comunismo, terrorismo, expropiación de los bienes privados, estatizaciones en masa, fuga de capitales, hambre y miseria.

Bajo esa consigna, durante este último periodo existió por parte de la ultraderecha una apropiación indebida de valores transversales y de símbolos patrios como parte de su campaña del miedo. Keiko Fujimori se puso la camiseta de la selección peruana de fútbol, que es uno de los pocos temas que unía a todas y todos los peruanos, y usó metafóricamente el arduo camino que recorrimos como nación para ir al mundial después de tantos años, para que de igual modo nos congreguemos en esa línea a fin de no caer en las “garras del comunismo y del terrorismo”. De tal modo, ya no se trataba solo del fujimorismo como fuerza política en carrera electoral, sino del fujimorismo como “la salvación”, lo que inmediatamente se vio a su vez fortalecido con toda una alianza estratégica de los grupos de poder hegemónico que saturó todos los medios de comunicación y espacios públicos.

Se instó a votar por la democracia, por el amor al país, por la libertad, entre otros, generando en primera instancia una dicotomía insana, tanto así que si no votabas por el fujimorismo, entonces no respetabas ninguno de estos valores necesarios para la convivencia social y el desarrollo del país, y que por lo tanto votabas priorizando el odio al fujimorismo sin pensar en el destino del Perú. Este discurso no era sencillo de enfrentar porque en efecto había un miedo entendible de la población por las propuestas poco aterrizadas sobre los cambios en el modelo económico, entre otros discursos de una izquierda más tradicional y conservadora.

No obstante, cómo no cuestionar el sistema político, económico y social sustentado en la palabra de Keiko Fujimori cuando ya existe toda una colectividad peruana que lleva años luchando contra el fujimorismo y lo que éste representa, cómo no darle una mirada a nuestras estructuras sociales cuando enfrentamos a la pandemia mundial por la Covid que no solo genera una crisis sanitaria en medio de un débil sistema de salud pública, sino que a su vez conllevó a una crisis económica y de precariedad laboral. Cómo no entender el mensaje de insatisfacción de una sociedad que tiene amplias brechas de desarrollo, en donde hay poblaciones a las cuales el hambre acompaña sus días desde antes de la crisis masiva.

Los días transcurrieron y poco a poco, con el devenir de la campaña, la violencia y agresividad colectiva estuvo presente con mayor agudeza. Los medios de prensa perdieron total imparcialidad y de manera implícita otorgaron su total respaldo a la señora Fujimori, mientras se aunaban a la acción de estigmatización a toda la postura que representaba Castillo. Se utilizaron diversos recursos agresivos y con gran inversión económica, vimos paneles luminarios gigantes con mensajes intimidatorios de que los niños no tendrían futuro, que viviríamos con hambre con la llegada del comunismo, entre otros textos intimidatorios, que fueron colocados en las zonas más concurridas de la Lima metropolitana, pero peor aún, gracias a testimonios diversos de muchas personas se tomó conocimiento de que los recursos de captación de votos también involucraba a la coacción y amenazas de despido que se emprendían en los diversos centros laborales para inducir el voto hacia Keiko Fujimori.

El quiebre social se ha dado en todo nivel, en los centros laborales, espacios amicales e incluso dentro de las propias familias, pero más allá de los múltiples debates sobre los aspectos económicos y de políticas públicas que pudieran gestarse, desde la propia interacción social se puso en evidencia la discriminación estructural con conductas que sin pudor alguno mostraron que el rechazo y repudio a la población andina aún persiste.

A Pedro Castillo ya no solo se le cuestionaba por su ideología política, sino que detrás de cada discurso de supuesta defensa a la democracia y la libertad se escondían ataques clasistas y racistas que cuestionaron su castellano andino, su forma de comportarse, su origen provinciano, sus rasgos, su sombrero, entre los muchos otros elementos culturales de la población andina. Cada insulto o agresión sobre Castillo ya no vertía efectos individuales, sino que atentaba contra toda una población andina, migrante o criolla cansada de ser víctima de los rezagos colonialistas.

Las diversas formas de discriminación, en mi experiencia particular, fueron también factores influyentes para la decisión de mi voto, pues no me veía del mismo lado de un grupo humano que humilla a la población de la cual soy parte. No podía seguirle la sintonía a discursos violentos que minimizan a personas y que burlan dignidades. Esto va más allá del proceso de elecciones, pero que gracias a éstas se ha podido levantar esa problemática que no merecía permanecer refundida de cara al bicentenario de nuestra independencia como república. Lo que vemos ahora después de haberse realizado las votaciones es un actuar desesperado de aferramiento a los privilegios y el rechazo absoluto de las élites capitalinas, en su mayoría, a ver a un hombre andino detentado el poder político como presidente de la república. Los discursos de odio son aterradores y peor aún disfrazados de buena voluntad, en donde acusaban de polarizar a la población a quienes hemos denunciado de manera permanente las prácticas divisionistas.

La señora Fujimori pierde por tercera vez una elección presidencial en donde al lado de todo un aparato poderoso ha hecho inversiones y manipulaciones de todo tipo para ganar y por eso su fustración es grande, pero ahora resulta mucho más irritante para el grupo que representa que quienes hayan determinado de manera increíblemente contundente las elecciones sea la población provinciana a la cual suelen además de ignorar, despreciar.

La señora Keiko no entiende como es posible que haya mesas de votación en donde no haya obtenido ni un solo voto, no comprende que las poblaciones rurales e indígenas tengan su propia elaboración de criterios políticos, decidan con autonomía y no se convenzan con dádivas y propuestas oportunistas que les dieron.

El Perú ha sufrido en estos últimos 5 años procesos difíciles de crisis políticas gestadas desde el revanchismo de la señora Fujimori que nunca aceptó su derrota en el 2016, quien nunca consideró que detrás de cada conducta obstruccionista de juegos de poderes con su partido político era la afectación sustantiva de derechos fundamentales de la población y al desarrollo del país. No ha sido fácil tener 4 presidentes en 5 años. Pero ahora ha ido más allá, era evidente que no iba a aceptar una derrota nuevamente, pese a que firma compromisos éticos y de respeto por la democracia, pero desde ya esperábamos acciones de negación; sin embargo, no pensamos que esta vez iría más lejos desde el principio, en donde pretende desestabilizar las instituciones electorales, alegando al fraude al mismo estilo de Trump con movilizaciones de grupos que en sus acciones articuladas hasta tienen simbolismos de grupos fascistas. Aunado a ello, en sintonía con estudios jurídicos cómplices del uso desvirtuado del derecho, haciendo uso abusivo del mismo, buscan declarar la nulidad de los votos de comunidades campesinas, poblaciones rurales e indígenas que le enrostraron con su voto que a ella no la queremos como presidenta de nuestro país.

Las mentiras y la crisis sobre la crisis gestada con amplia irresponsabilidad impiden que la proclamación del nuevo presidente del Perú se realice por el conducto regular, de manera pacífica y sin dilaciones de tiempo. Resistimos porque la inestabilidad social no se irá pronto y porque sabemos que existe un inmenso sector de la población que detesta a más de la mitad de peruanos y peruanas y quisiera que nunca se le hubiera reconocido el derecho al voto.

Resistimos porque vemos venir acciones que van a seguir perjudicando a las y los peruanos y eso no es justo, considerando además que en medio de la coyuntura actual necesitamos un Estado garante de nuestros derechos. No obstante, en medio de toda esta indignación por lo que una vez más el fujimorismo hace con nuestro país nace un espacio importante de gesta de esperanza, porque más allá de lo que pueda pasar con el gobierno de Castillo porque así lo ha decidido el pueblo peruano, existe un sentimiento de identidad y reivindicación que es necesaria para resurgir en la construcción de nuestra patria.

Llegar al bicenterario con la resistencia indígena burlada durante 200 años al mando es algo que en definitiva siembra emoción en los corazones y al ritmo de nuestro ya reconocido himno de lucha popular “Flor de Retama” las y los peruanos que ansiamos cambios con sentir social, cultura y popular celebraremos llegar al bicentenario con algo que jamás podrán monetarizar que es la dignidad. Volvimos y somos millones*

*En honor a José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II quien antes de ser sacrificado por luchar por una verdadera independencia popular dijo “Volveré y seré millones”