Abaixo você pode conferir a versão em português.

En 100 días de mandato, el presidente Jair Bolsonaro- que llegó al poder con la promesa de “refundar Brasil”- hizo del caos, su método para gobernar. Impulsivo y colérico, el militar “reformado” ha enfrentado un sistema mucho más complejo que el restringido mundo político del que formó parte en sus 25 años en el congreso.

Cada polémica del presidente es una cortina de humo que desvía el foco del debate público, pero más aún, el colapso institucional que éstas generan, fragilizando la democracia. Brasil está perdiendo el partido contra Jair Bolsonaro. Y a pesar de tener la aprobación más baja de un presidente brasileño en los tiempos modernos (32%), Bolsonaro parece resistir a las encuestas y a cualquier señal de cambio.

Bolsonaro no se rinde, insiste. El presidente que llamó la atención del mundo por su campaña incendiaria, con ataques contra las mujeres, la población LGBTQIs, población negra y defensa de la dictadura militar, está lejos de moderarse. Con un gabinete formado por apenas 2 ministras de 22 ministerios han desmantelado las estructuras que garantizan la protección de minorías: como la retirada de la población LGBTQIs de las directrices de protección de derechos humanos y la transferencia de la competencia de la demarcación de tierras indígenas y quilombolas al Ministerio de Agricultura. En medio de eso, el negacionismo y revisionismo histórico en torno a la dictadura militar, que destacó parte de su campaña, volvió a ponerse en agenda la semana pasada, luego de el 31 de marzo promoviera una celebración militar para recordar el 55° aniversario del golpe militar, un lamentable hecho, que marcó la historia del país, pero que el presidente insiste en “conmemorarlo” como una revolución.

Si pudiésemos establecer que existen cambios en relación a la narrativa electoral y sus días de gobierno, estos serían más asociados a la radicalización que a la moderación. Un buen ejemplo es la política exterior, un debate casi ausente en sus discursos durante su campaña electoral,pero que ha estado muy presente en estos primeros meses de gobierno. El Ministerio de Relaciones Exteriores liderado por el canciller Ernesto Araújo, viene protagonizando polémicas a lo largo de un gran movimiento diplomático, con tres viajes del presidente relacionados a la crisis en Venezuela, a EEUU, Chile e Israel. La antigua tradición de política exterior brasileña de autonomía, comedimiento, equilibrio y de sentido de proporción ha dado lugar a una cruzada ideológica contra derechos humanos y de alineamiento con EEUU. En el caso de Venezuela, la reciente indicación de Brasil como aliado de la OTAN y el nuevo organismo de integración latinoamericano (Prosur) ha apuntado a un nuevo ordenamiento de la región.

Es cierto que hay novedad en el discurso de la política exterior brasileña, pero lo mismo no puede decirse de su política interna. Inevitablemente Bolsonaro fue electo con un discurso anticorrupción y anti establishment que le garantizó un porcentaje significativo de votos después de un período donde investigaciones de corrupción por parte del poder público y un controvertido proceso de impeachment quebraronlas instituciones brasileñas. En los primeros días de gobierno, al mismo tiempo que las acusaciones en los medios y en órganos de control crecían contra Bolsonaro y su familia en casos de corrupción -que ya suman 305 mil USD-, el presidente subía el tono anti establishment. En el caso de los canales de comunicación, sobre todo las redes sociales, Bolsonaro responde a cualquier acusación como manipulación de los grandes medios, de la vieja política o que el poder es judicial parcial. A pesar de que los frecuentes embates del presidente paralizan las actividades del congreso y el avance de la agenda de reformas económicas, que él mismo prometió y que cuentan con el apoyo público del mercado financiero, pareciera que promueven más aún el apoyo y fidelidad de sus seguidores más genuinos. Bolsonaro como ninguna otra persona ha logrado canalizar las frustraciones de los segmentos que se sienten excluidos de las instituciones políticas.

Esta dinamita institucional, pareciera ser una imitación adaptada de Donald Trump, ¿verdad? En parte. Los 100 primeros días de gobierno de Bolsonaro, han sido hasta ahora la mejor prueba de que a pesar de tener discursos tan semejantes, existe una marcada línea en su actuar dentro de su conglomerado. Los primeros meses de Donald Trump significaron una intensa pelea entre los colaboradores de su campaña y los líderes del imponente Partido Republicano. La historia ya la conocemos, el ideólogo de la campaña de Donald Trump y encargado de Marketing, Steve Bannon, fue alejado de sus funciones para ser reemplazado por la estructura de propaganda del propio Partido Republicano y con un acuerdo de convivencia, basado en la moderación de ciertos discursos, que dieron por terminado el conflicto. En Brasil, en cambio, no sólo no hay señales de moderación por parte del gobierno, sino que pareciera que Bolsonaro estuviera por sobre su partido político. Un ejemplo claro, es la exoneración del Ministro de la Secretaria General Gustavo Bebiano y vicepresidente del PSL, como resultado de una disputa con el presidente. Pareciera ser que en Brasil la política se trata más sobre el presidente que sobre fortalecer los instrumentos que hacen valer la democracia.

En los primero 100 días de gobierno, en un país sumergido en una crisis política, las necesidades más urgentes del país aún siguen sin ser prioridad. No sólo estamos lejos de un discurso político ético, sino que también estamos distantes de una lucha efectiva contra las desigualdades, la violencia y la corrupción. Sin duda, la fractura del sistema político, la naturalización del populismo y autoritarismo llevó a Brasil a este punto. Y solo con la reorganización de la sociedad civil podremos impulsar una fuerza para defender y velar por la institucionalidad democrática en el país.

Arriba puedes revisar el post en español

Em 100 dias de mandato, o presidente Jair Bolsonaro que chegou ao poder para “refundar o Brasil” fez do caos o seu método de governo. Impulsivo e colérico, o capitão reformado tem enfrentado um sistema muito mais complexo do que o restrito mundo político do qual fez parte nos seus anos no congresso. Se é verdade que as polêmicas do presidente formam a cortina de fumaça para desviar o foco do debate público, o colapso institucional que elas promovem fragilizam ainda mais a democracia. O Brasil está perdendo a partida contra Jair Bolsonaro. E apesar de ter a aprovação mais baixa de um presidente brasileiro nos tempos modernos (32%), Bolsonaro parece resistir a qualquer sinalização de mudança.

Bolsonaro insiste. O presidente que chamou a atenção do mundo por sua campanha inflamada com ataques contra as mulheres, LGBTQs, população negra e defesa da ditadura militar, está longe de se moderar. Com um gabinete formado por apenas 2 ministras dentre 22 ministérios têm desmantelado as estruturas que garantem a proteção de minorias: como a retirada da população LGBTQs das diretrizes de proteção de direitos humanos e a transferência da competência da demarcação de terras indígenas e quilombolas para o ministério da agricultura. Em meio a isso, o revisionismo histórico em torno da ditadura militar, que marcou parte da sua campanha, voltou a chamar atenção na última semana por conta da efeméride do golpe militar, 31 de março, que o presidente insiste em chamar de uma revolução que deve ser comemorada.

Se há mudanças em relação a narrativa eleitoral e os seus dias de governo, elas mais apontam para a radicalização do que para moderação. Um bom exemplo é a política externa, um debate quase que ausente dos seus discursos de palanque ganhou a cena nestes primeiros meses. O ministério das relações exteriores liderado pelo chanceler Ernesto Araújo vem protagonizando polêmicas ao longo de uma grande movimentação diplomática, com três viagens do presidente aos EUA, Chile e Israel e pela crise na Venezuela. A antiga tradição de política externa brasileira de autonomia, comedimento, equilíbrio e de senso de proporção tem dado lugar a uma cruzada ideológica anti direitos humanos e de alinhamento aos EUA. No caso da Venezuela, a recente indicação do Brasil como aliado da OTAN e o novo organismo de integração latino americano ( Prosur) tem apontado para um novo ordenamento da região.

É certo que há novidade no discurso da política externa brasileira, o mesmo não pode se dizer de sua política interna. Inegavelmente Bolsonaro foi eleito com um discurso anticorrupção e anti establishment que lhe garantiu uma porcentagem significativa de votos depois de um período onde investigações de corrupção por parte do poder público e um controverso processo de impeachment fragilizaram as instituições brasileiras. Ainda nos primeiros dias de governo, ao passo que cresceram as acusações na mídia e em órgãos de controle contra Bolsonaro e sua família em casos de corrupção, que já somam 305 mil USD, ele subiu o tom anti establishment. Usando canais diretos de comunicação, sobretudo as redes sociais, Bolsonaro responde a qualquer acusação como manipulação da “grande mídia’’, da velha política ou do judiciário parcial. Se os frequentes embates têm paralisado o congresso e a agenda de reformas econômicas que garantiu o declarado apoio do mercado financeiro a ao governo Bolsonaro são estes mesmos embates que garantem a fidelidade de seu eleitorado mais genuíno. Bolsonaro como nenhuma outra pessoa tem conseguido canalizar frustrações de segmentos que se acham incluídos das instituições políticas.

Nessa dinamite institucional muito do que Bolsonaro faz é uma imitação adaptada de Donald Trump, certo? Em parte. Os 100 primeiros dias de Bolsonaro até agora tem se mostrado a melhor prova da linha que divide os dois governantes com discursos tão semelhantes. Os primeiros meses de Donald Trump significaram uma intensa briga entre os mobilizadores de sua campanha e os altos dirIgentes do poderoso Partido Republicano. A história já conhecemos, saiu o ideólogo marketeiro Steve Bannon e entrou a máquina de propaganda do Partido Republicano e um acordo de convivência baseado na moderação de certos pontos foi estabelecido. No Brasil, não só não há sinal de moderação do governo como na primeira crise envolvendo um nome forte do PSL, partido do presidente, terminou com a exoneração do Ministro da Secretaria Geral Gustavo Bebiano, vice presidente do PSL. Aqui talvez seja menos sobre os dois presidentes e mais sobre a força dos instrumentos que fazem valer a democracia.

Em apenas 100 dias de um governo herdeiro de uma crise política, as necessidades urgentes do país ainda estão de lado. Não só estamos mais distantes de um discurso ético que aporte um horizonte mais positivo de humanidade como estamos a passos de distância de um efetivo combate das desigualdades, da violência e da corrupção. Sem dúvidas foi a fratura do sistema político que nos levou até. aqui. E é só com a reorganização da nossa energia social que podemos impulsionar um necessário, movimento de repactuação da institucionalidade democrática.