Nuestra organización lleva 10 años luchando por mejores democracias en Chile y América Latina. A lo largo de nuestra historia, han pasado por nuestro equipo decenas de líderes jóvenes, que se han dedicado con mucha pasión a crear tecnologías, narrativas y metodologías para cambiar las cosas, pero sabemos que no han cambiado lo suficiente.

Enfrentamos crisis múltiples que convergen, para las cuales aún no tenemos respuesta, y que obligan a una profunda reflexión colectiva. Aumento de la desigualdad, pérdida de nuestros bienes comunes naturales, aumento en la violencia sexual, racial y policial. Precarización del trabajo y obsolescencia de los modelos educativos, que ya no garantizan movilidad social. Despojo. Deterioro de la calidad de la oferta política, elevando a plataformas electorales a candidatos de un populismo anti derechos, que basan sus discursos en el odio y el miedo. Migraciones forzadas masivas, por crisis políticas y climáticas. Billonarios aumentando sus ganancias, mientras el resto de la población es más pobre y precaria. Militarización normalizada, violencia y criminalización para neutralizar la protesta social, con las tácticas represivas de ayer que sufrió la región, pero con la tecnología de hoy.

Las brechas sociales no son únicamente más visibles, sino más grandes. El descontento social no es nuevo, pero sí lo es la falta de correspondencia con las plataformas políticas, mediáticas y sociales. Hoy es un momento de reconocer esa desconexión entre clamor social y acción política, desde Quito hasta Santiago, desde Detroit hasta Managua.

Debemos encarar de inmediato este reto que la ciudadanía, sobre todo los más jóvenes, nos han presentado: las organizaciones de la sociedad civil, quienes están en cargos de representación política, los gobiernos, y todos y todas quienes tenemos privilegios construidos sobre un sistema injusto tenemos que hacer una autocrítica profunda que se transforme en acciones concretas que realmente correspondan con el clamor popular. La de Chile no es una crisis del transporte público, es una crisis de desigualdad que el poder ha tratado con indolencia y desidia. Y es un esquema que se repite a lo largo del continente.

Desde nuestro espacio, usando nuestra experiencia, creatividad y redes vamos a hacer todo lo que esté en nuestro poder para que, primero, no se normalice la militarización de la política: la historia y la evidencia nos muestra que simplemente no funciona, y termina dañando precisamente a aquellos que el sistema ya castiga.

En segundo lugar, nuestro compromiso está puesto en contribuir a que este despertar ciudadano motive espacios de diálogo reales, concretos, en los que no seamos las y los mismos privilegiados de siempre quienes tengamos la palabra, y partan por generar acuerdos en torno a la vergonzosa desigualdad económica, social, racial y de acceso al poder de Chile. La pobreza es la forma más brutal de violencia. Hoy nos toca escuchar y aprender de la ciudadanía con la que trabajamos, especialmente con aquellos y aquellas que no tienen vehículos políticos, como el voto, para participar. Todavía no sabemos cómo se articula un diálogo con un movimiento social tan distinto a los que hemos visto antes, pero sí sabemos una cosa: que juntas y juntos somos más fuertes, y sólo colaborativamente vamos a construir una región mejor.